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Este libro reparte sus páginas entre dibujos y poemas, poemas y dibujos que son a veces inicios de historias, o paréntesis en el interior de historias, o pensamientos que nacen y se deshilachan en el interior de los paréntesis, o ecos, o chispas que
duran lo que dura el fósforo en el rascador de lija de una caja de cerillas. Hay una clara relación entre ambos. No hemos escrito un texto de introducción que explique el orden de su nacimiento. Lo cierto es que nos parece que el desconocimiento potencia el diálogo y que ese desconocimiento rema siempre en favor de la poesía. Que enseguida he de decir que no es exclusiva de las palabras y que este diálogo se establece por el designio de la poesía, que a nuestro parecer, habita las páginas enfrentadas. No se trata de ilustraciones de palabras a un dibujo, ni los dibujos podrían ser nunca ilustración de un poema que no existía antes… y aquí ya estoy diciendo mucho. Por que ante la pregunta “que fue antes el huevo o la gallina”, la respuesta oficial es que los cincuenta y siete huevos los puso Pedro, y que yo fui la responsable de que hablaran en otra dimensión. En realidad ya lo hacían aunque en el papel reinara el silencio.
Este libro tiene una bella historia detrás de la que quizá podamos hablar en una charla después. Me gustaría sólo hacer algunos apuntes sobre la experiencia de habitar al otro, de ser su huésped, incluso si no voy a explicar un título que, de nuevo, tiene muchos otros y muchos huéspedes, que entran y salen de muchas maneras en este espacio poético. La poesía no se explica, ni debe explicarse. Sólo, en las grandes ocasiones, es posible habitarla. Todos los conocéis: hay rostros que son contenedores, que son cajas, que dicen más por lo que guardan que por lo que muestran. Te encuentras frente a ellos como ante el secreto mejor guardado del mundo. No hay rendijas en estos rostros, tampoco una llave de acceso. Entonces, no queda más remedio que acudir a la radiografía, al escáner que
traspasa cualquier corteza material. ¿Qué ves en su interior con esta tecnología psicólógica y sensible? Dirías que en algunos rostros hay lagos profundos, en cuyos lechos viven, mueren y se reproducen multitud de seres que nunca llegan a la superficie, como peces
abisales que no conocen la luz. Pero el artista desciende a ellos, sin otro oxígeno que el de su verdad. Hay rostros que son radiografías de paisajes interiores. Hay rostros que tienen más boca que ojos, o más oído, o nuevos ojos sobre los ojos cotidianos, ojos superpuestos, y el mismo ojo lúgubre se convierte de pronto en un ojo fulgurante.
Hay algún rostro en este libro cuyos ojos producen un mágico desove de ojos, algo que parece una inesperada descendencia.
El blanco y negro del lápiz, sus infinitos grises, más asociados a la razón, se comportan en realidad en los límites de sus posibilidades y producen reverberaciones, una nueva emoción asociada al temblor. Hay un ascetismo maravilloso en el lápiz. Tomar un lápiz en la mano es casi como tomar un hábito. Y abandonar el color es de alguna forma hacer un voto de clausura.
El lápiz es maravilloso. Eso lo sabemos todos desde la infancia, desde el momento en el que un adulto nos puso uno en la mano. No sé si alguna vez os habréis preguntado de dónde sale la letra B que aparece en el extremo superior del lápiz. B de Barcelona, no parece… B de qué. ¿Cuántos llegan a saber que la B viene del inglés Black, una palabra que hoy nadie tendría que traducir? Y luego está el número que acompaña esta letra B. A poco que estemos familiarizados con el lápiz ése sí sabemos que indica el grado de oscuridad del grafito: cuando más alta es la cifra más intenso es el color y más blanda es la mezcla. Los lápices más vendidos, en mi época de estudios eran los HB, misterio sobre misterio. Ahora aparece una H. H de humor, tampoco… H de hard, de nuevo el inglés, que se refiere al nivel de dureza del lápiz.
Y por último estaban las rarezas absolutas: ¿qué podía hacer alguien con un 9B? Yo he visto muchos lápices en la mesa de Pedro… y gomas y algunos objetos extraños, que creo que él se fabrica porque al lápiz también le gusta que lo sometan a interrogatorios, o a exploraciones al Polo Norte y el Polo Sur de la hoja en blanco, que son todavía más blancos que su parte central, en la que de algún
modo se adivina la sombra del futuro dibujo.
Hay que sacar punta al lápiz. Una operación que puede hacerse de muchos modos posibles y que puede convertirse en un ejercicio monástico. Hay una historia muy bonita sobre Mondrian, un maestro del color, que tenía, sin embargo o por eso mismo, una maravillosa relación con el lápiz, y que desarrolló una superstición igualmente maravillosa: le encantaba sacar punta al lápiz, con una gran concentración, para ver nacer esas flores pequeñas o esas guirnaldas que produce el sacapuntas… Que no se rompa, que no se rompa… Si no se rompe, el artista tendrá un día glorioso… Son milagros de la concentración y tienen que tener sus frutos. El lápiz está entre los dedos, el lápiz está en la mano.
Se dice: tener buena mano.
Decía Rafael: mi mano está en mi cabeza tanto como al final del brazo. Un día le envía a Durero un dibujo con la siguiente nota: “Rafael de Urbino hizo estos desnudos y se los envió a Alberto Durero para mostrarle su mano”.
El lápiz en mano de Pedro es un sismógrafo y nos permite sentir las sacudidas, el miedo, la calma, la decisión, la duda y también la certeza, que están en la mano y en la cabeza. El lápiz ha dibujado un rostro en el papel. ¿Es esto blanco y negro? ¿De verdad son estos los colores que estamos viendo? ¿Se ensconden los colores? ¿Se escabuyen? ¿Están agazapados… como un animal que podría saltar sobre nosotros, tan pronto descubriésemos su pupila encendida entre las sombras? Estamos muy lejos del positivo y el negativo, de la contundencia de un perfil, de cualquier límite. Cara, careta, máscara… y por fin llega el rostro. Da la impresión de que en castellano el rostro tiene ecos más profundos, como si la cara se hubiera quedado para la superficie y el rostro informara de otras profundidades. Estaría igualmente situado en la superficie pero contagiado de los pensamientos, sentimientos, tormentos y alegrías interiores.
En Santander, al cruzar la bahía hacia la costa de Pedreña, las barcas atracan en una roca que se llama “El rostro”.Y me parece que el dramatismo de la roca, que sufre constantemente los embates del mar, o de la mar, que en este caso son dos géneros posibles, que es esa forma de curtirse en los días de tempestad y en los días de calma, que también tienen sus idas y venidas entre la plenitud y el padecimiento, me parece, digo que el nombre de “rostro” es el que conviene a esa roca que ha adquirido una personalidad.
¿Alguien habla del rostro de un niño? Creo que casi siempre nos referimos a la cara del niño. Para llegar al rostro hacen falta haber entrado en el laberinto de la vida y haberse perdido muchas veces en él. Que mala cara tienes, se dice si estás enfermo o saliendo de una enfermedad. Tienes mejor cara esta mañana. Así sucedía con la cara que antiguamente era interpretada por los buenos médicos, atentos al color de la piel, a la expresión de los ojos y a otros signos, que hablaban del estómago, del hígado o de infecciones que se extendían por otras regiones del cuerpo. Pero no voy a extenderme en lo que podría ser un ensayo infinito.
Pedro no ha dibujado caras, ni caretas ni máscaras, menos quizá uno de estos dibujos, en los que se muestra una sonrisa electrizada que veréis después. La cara, lo mismo que el cerebro y que todo el cuerpo, se compone de dos mitades que no son totalmente simétricas. No son iguales nuestros ojos, como no son iguales nuestros brazos, ni son exactamente iguales nuestros pies. Esta desigualdad que se aprecia en el cuerpo y la cara se debe a que los estímulos que captan los receptores neutros proceden de dos hemisferios cerebrales, desigualmente desarrollados, que inciden de forma desigual en la mitad del cuerpo que depende de cada uno de ellos. Como nos cuenta la neurociencia, y gracias a ella el escritor Peter Nadas, de quien tomo prestada la redacción del interesante asunto de la desigualdad: en el lóbulo derecho, el cerebro procesa las percepciones sensoriales, y, en el izquierdo, las implicaciones de estas percepciones y no asocia los aspectos intelectual y sensitivo de cada percepción hasta una fase posterior.
El ser humano, por medio de la vista, el oído, el olfato y el tacto, capta un todo indefinido, lo desglosa en partes y, asociando las partes de todo lo percibido por los sentidos, elabora un todo nuevo. Así pues, el desigual desarrollo de los hemisferios cerebrales hace que el todo que percibimos no pueda ser idéntico al todo que elaboramos y, por consiguiente, que no pueda haber caras perfectamente simétricas ni pensamientos totalmente armónicos.
Este fenómeno puede observarlo cada cual en sí mismo al hablar con otra persona, y es que dos interlocutores nunca se miran fijamente a los ojos, esto es algo que sólo hacen los locos, sino que pasean la mirada de uno a otro lado de la cara. La mirada oscila entre el discernimiento y la sensibilidad, y si en alguna de las dos partes se detiene, será seguramente en la izquierda, la correspondiente a los sentimientos. La mirada neutral, que capta la impresión general, controla si las palabras que recoge el entendimiento concuerdan con los sentimientos que suscitan las palabras del interlocutor.
Así las cosas entendemos que uno y otro perfil de nuestra cara resulten completamente diferentes. Un perfil expresa el aspecto emocional, y el otro, el aspecto intelectual del carácter del individuo. Yo creo que sería un interesante reto para todos nosotros saber qué dice cada uno de nuestros perfiles. Para complicar las cosas, algunos dibujos de Pedro se muestran no de frente ni de perfil sino en un giro de algunos grados, como si ambos perfiles te ofrecieran la posibilidad de conocer una parte de su personalidad, pero otra te fuera sustraída. Las puertas de entrada al rostro se establecen de muchas maneras diferentes, y en muchas de ellas, es el invisible entorno el que actúa como motor de la expresión, el que lo modela. Volviendo entonces a los ojos del rostro y a los muchos ojos que pueblan estos
dibujos de Pedro, algunos luchan contra lo que ven y otros, por el contrario, lo acogen.
Sea lo que sea lo que trae la visión.
No con resignación, sino con una total aceptación de la naturaleza de las cosas. La mayoría de las veces he pensado habitar no sólo el interior de estos rostros, sino el paisaje que estarían contemplando.
Pero ¿qué sería este paisaje? ¿Sería algo distinto a él? ¿Alguna vez lo que nos rodea es algo distinto a nosotros?
Los poemas establecen un diálogo con un paisaje latente, que estaría dentro y fuera del dibujo, esperando ser recorrido por las palabras, como una promesa de vida.
Presentación “Huésped del otro”, Ed. Árdora
Menchu Gutiérrez, Junio 2025